¿Qué haces cuando colaboras con una ONG y te enteras de que trabajadores de la misma gastaron dinero tuyo, aunque sea en una infinitesimal parte, para contratar prostitutas mientras supuestamente estaban desempeñando una labor humanitaria en un país asolado por un fuerte terremoto?
Lo primero, lógicamente, es echarte las manos en la cabeza y constatar algo que tu subconsciente sabe pero tu consciente no quiere saber. Personas, buenas, malas y regulares, hay en todos los sitios y también, como no, en organizaciones o instituciones cuyo objetivo es ayudar a los más desfavorecidos.
Una vez asumes lo que ya sabías, el siguiente pensamiento que se te viene a la cabeza es aquel de la “punta del iceberg” o, lo que es lo mismo, decirte a ti mismo aquello de “si no es hemos enterado de esto, todo lo que habrá más y que desconocemos”.
Al mismo tiempo, piensas en los miles de cooperantes que dedican su vida a ayudar a los demás en condiciones más que penosas y que no se merecen que las pueriles prácticas de unos pocos repercutan negativamente en su labor.
También quieres pensar que si la ONG ocultó a la opinión publica lo que sucedió es porque era consciente de que el descredito que iba a conllevar supondría menos donaciones y, por tanto, menos financiación para esas admirables personas y sus proyectos.
Sabes, piensas, quieres pensar… analizas los pros y los contras y, al final, tomas una decisión. ¿La correcta? Nunca lo sabrás, pero es la que te vale para seguir adelante y pensar que merece la pena seguir confiando en los demás.