Llega julio y como animales de costumbres que somos nos disponemos todos a desempolvar las maletas del trastero para empezar a llenarlas con bañadores, bikinis y trikinis por doquier.
También nos puede ir más el turismo rural y de montaña y tirar más de mochila, navaja multiusos y cantimplora.
Lo que está claro es que todos estamos deseando escapar del jefe y la rutina y gastarnos los pocos o muchos cuartos de los que dispongamos en excursiones, chiringuitos y parques acuáticos.
Nos enfadaremos un año más por las caravanas interminables, las largas colas para comprar el helado de tutti frutti o por el señor que baja a las siete de la mañana a la playa para plantar su sombrilla en primera línea de ola.
Todo esto ya lo sabemos pero, como dice el refrán, “sarna con gusto no pica”, y menos con un ventilador y sombrilla de por medio.
También echarán humo nuestros teléfonos móviles por los cientos de fotos y selfies que nos haremos a todas horas, con o sin razón.
Haciendo el castillo de arena, contemplando no se qué flor en el campo, con los niños, sin los niños, con los suegros, sin los suegros, en bañador, con ropa de paseo vespertino…
Cientos y cientos de imágenes que mermarán la memoria del dispositivo móvil en cuestión pero que nos recordarán que cualquier verano pasado fue mejor, o, al menos, nos pilló más jóvenes y con menos barriga.