Ojalá yo fuera y tuviera

Leo una reciente noticia sobre un nuevo estudio que concluye que los adolescentes y jóvenes de hoy en día son menos felices que los de hace tan solo unos años.

A juicio de sus autores, la causa de tal “infelicidad” podría estar en el uso de los telefónos móviles y las redes sociales.

Lo argumentan diciendo que este descenso se ha registrado en los años posteriores a la generalización entre los “millennials” de los smartphones y su presencia cada vez mayor en las redes.

Sin rechazar los efectos beneficiosos del uso de estas nuevas tecnologías, que los hay, comparto la impresión de que esté también generando cierto sentimiento de frustración e insatisfacción entre ellas y ellos.

Primero, por aquello de querer tener cuanto antes el móvil de turno, con la siempre justificada razón de que “todos mis amigos y compañeros de clase ya lo tienen” y, después, una vez con él en sus manos, por entrar en un mundo de comparaciones continúas con personas de cualquier lugar cuya vida siempre parece que es mejor que la de uno.

Modelos, cantantes, actores, amigos, conocidos, personas anónimas por doquier… que muestran siempre su «lado bueno» delante de la cámara, y que pueden llegar a generar en la mente del joven aquello de “ojala yo fuera así, ojalá tuviera lo que tiene él”.

Si los tiros van por ahí la solución se antoja complicada porque a estas alturas del partido a ver quien le dice al niño que va a ser la “oveja negra” de clase”.

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¿Quien friega los platos?

Cocinar, fregar los platos, limpiar la casa, hacer la compra… Todas ellas son tareas que han sido tradicionalmente ejercidas por las mujeres y que podía dar la impresión de que ya son compartidas en igualdad con los hombres.
La tozuda realidad nos dice que seguimos muy lejos de la igualdad de sexos, ya que, según el ultimo estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), solo dos de cada diez hombres comparten estas labores cotidianas del hogar con su pareja .
Al parecer, ellos se dedican más a lo que el CIS llama «pequeñas reparaciones de la casa», es decir, cambiar una bombilla, ajustar el pomo de la puerta, colgar un cuadro…
Lo que está claro es que hay cosas que apenas han cambiado por muchos años que pasen y nos creamos más avanzados que nuestros antepasados.
Nuestros padres, sus padres, nosotros mismos… Ninguno estamos haciendo bien nuestros “deberes” y seguimos fallando a la hora de inculcar entre los más pequeños la equiparación de roles independientemente del género que a cada uno nos viene «de serie».
Y no es tanto hablar de que a todos por igual nos toca echar una mano para que la casa sea un lugar de convivencia armónica sino cundir con el ejemplo.
Las buenas palabras tienen corto recorrido sino van acompañadas con los actos que reafirman su valor.
¿Habrán cambiado realmente las cosas en 25 años? En nuestra mano está. No en la del CIS.

¿Resistiré?

Me resisto. Cada vez me cuesta más, lo reconozco, pero, por el momento, soy de la especie “pater progenitorum” que NO deja a sus hijos pequeños el móvil en las comidas fuera de casa.

Ojo, cada padre hace lo que estima más adecuado y no seré yo el que imponga doctrina al respecto. Es más, no descarto que en unos meses me suba al carro y mis retoños disfruten de una sesión continua de ‘Pow Patrol’ o ‘Lady Bug’ mientras servidor y señora degustamos del plato de turno sin oír machaconamente frases como “me aburro”, “no quiero comer”, “mi hermano me ha cogido el tenedor”, ¿me puedo levantar?”…

Cuando empiezo a flaquear recuerdo a los padres de antaño y pienso que si ellos sobrevivieron a este tipo de entuertos, teniendo en cuenta que lo eran además de muchos más hijos, los actuales también podemos.

También hay que ponerse algo farruco con el uso indiscriminado de aplicaciones «mágicas» como Youtube Kids y sus cientos de videos de niños y mayores abriendo huevos con regalos sorpresa y /o jugando a las princesas Disney. En esto, como en todo en esta vida, habría que recordar aquello de Aristóteles de que “en el término medio está la virtud”.

Que las nuevas tecnologías están para quedarse está claro y que de ellas podemos beneficiarnos y aprender mucho también, pero a más de uno nos hubiera encantado que viniesen acompañadas con un manual de instrucciones para padres ‘pre-millenials’.

 

 

 

De familias poliamorosas y niños en «tribu”

El zapping es lo que tiene. Te encuentras ampliando tus conocimientos sobre el proceso evolutivo de la nutria del Ártico gracias a uno de los siempre instructivos e interesantes documentales de la 2 cuando aparecen sin previo aviso los anuncios publicitarios (ya, ya, en la 2 no hay publicidad, pero esto de los post es también un suponer) y no te queda más remedio que coger el mando y apretar el botón.

¿Qué pasa? Que te puedes encontrar tranquilamente con otro programa  en el que te cuentan con todo lujo de detalles  lo bien que le va la vida a los miembros de una familia poliamorosa. Reconozco que hasta el momento no había escuchado el término en cuestión aunque sí había oído hablar ya de este tipo de nucleos familiares en los que hay más de un papá y una mamá, según el caso.

¡Lo que hay que oír!, habrán exclamado algunas personas. Si no tenemos bastante con que los señores y señoras que se quieren entre ellos también sean padres y padres y madres y madres, ahora “tres por el precio de dos”.

De igual manera, imagino, se habrán llevado las manos a la cabeza si han leído las declaraciones de una diputada catalana que se ha mostrado partidaria de formar parte de un grupo de personas que convivan juntos con hijos en común.

Otras personas pensarán que todo modelo familiar es posible y positivo si prima el amor, el respeto y el acuerdo mutuo, así como una formación adecuada y asentada en valores positivos para los niños. Son de los que están convencidos de que el modelo más tradicional de familia no garantiza, en modo alguno,  un entorno óptimo de convivencia y educación para grandes y mayores.

Dicen que evolucionar es progresar y que adaptarse a las nuevas realidades, si se constata su idoneidad,  es más que necesario en un mundo cambiante como el actual.

¿Que qué pienso yo…? Lo he dejado claro, ¿no?