Si el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, el nacido o residente en España seguro que sube la media y con creces. Y si no, que levante la mano el que, pese a haber asegurado en años anteriores que no lo volvería a hacer, se ha pasado tres pueblos estas Navidades con el marisco y el cochinillo, el turrón y los polvorones o con el cava y la copita de después.
Ahora, ya en plena cuesta de enero, volvemos la vista atrás y constatamos que hemos cometido, un año más, los excesos propios de las fechas navideñas. El que no ha sido posible, y mira que lo sentimos, es el de descorchar botellas por doquier frente a la administración de lotería agraciada con el Gordo.
Y es que también es muy cierto aquello de que somos animales de costumbres y si desde pequeñitos nos dicen que el 31 de diciembre hay que comerse 12 uvas, te gusten o no, o que si te portas bien un señor gordo con barba blanca y/o tres señores, con sus respectivos camellos, te traerán varios regalos, pues tú, “a comer y callar”
¿Qué sería de nosotros, además, sin los especiales de Nochevieja de la 1, donde artistas, presentadores y público presente, rebosan alegría y felicidad a lo largo de varias horas, además de estar cargados de buenos deseos para el nuevo año?
Los que también están encantados con el “frenesí” navideño son los comercios de toda índole que ven como sus ventas se disparan en pocos días y pueden hacer su particular agosto desde ya mediados de noviembre cuando te dicen aquello de “vuelve, a casa vuelve por Navidad”, y si lo haces con los correspondientes paquetes de regalo bajo el brazo, mejor que mejor.
Así somos o así nos hace ser la Navidad. Consumistas, excesivos, previsibles, influenciables… Lo somos y lo seremos porque el año que viene, nos pongamos como nos pongamos, volveremos a la carga. Y es que, ¿a quién le amarga un dulce?