El ojo, la bala

Donde pongo el ojo pongo la bala… Viene a mi cabeza esta frase que imagino haber escuchado por primera vez en un spaghetti western de los 70 cuando reflexiono sobre la responsabilidad de los medios de comunicación en la grave crisis institucional, política y social que se vive en nuestro país a raíz del deseo de una parte del pueblo catalán de independizarse del Estado español.

Y me ha venido a la cabeza al entender que los ‘mass media’ tienen un papel decisivo a la hora de formar opiniones y conductas entre el “común de los mortales”.

Si durante meses y meses se reiteran según qué mensajes y se pone siempre el foco mediático en un asunto, lo normal es que se creen bandos de opinión cada vez menos transigentes los unos con respecto a los otros.

Ocurre eso y también que otros muchos asuntos y problemas que nos afectan en nuestro día a día y que realmente condicionan nuestra calidad de vida no se difundan. Recortes en sanidad, educación,  servicios sociales… que más dan ya.

Si hoy vivimos la situación que vivimos con respecto al presente y futuro de Cataluña es porque los medios de comunicación así lo han propiciado… no solo, pero también.

Y hablo de medios de comunicación siendo muy consciente de que detrás de cada televisión, radio o periódico hay un interés económico y político que “mueve los hilos”. Lo que se difunde y cómo se difunde no es gratuito.

De una manera u otra, todos ellos han puesto el ojo, y también la bala (metafóricamente hablando) en Cataluña.

El resultado, lamentablemente, todos lo conocemos.

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Bendito cole

Las bicicletas serán para el verano pero los niños no. Me explico, claro que a los peques de la casa les encanta estar de vacaciones, dejar la mochila y los libros abandonados en un rincón de la habitación e intentar hacerse con el mando de la tele para evitar que, por un casual, alguien ose cambiar de canal y quitar Disney Channel o Clan TVE.

A los que no les hace tanta gracia la continua, constante y duradera presencia de los críos en el nido familiar durante los meses estivales es a sus progenitores. Hablaré en primera persona para que sea a mí al que se tache de mal padre pero creo que somos la práctica mayoría los que estamos deseando que llegue septiembre para que los niños vuelvan a las aulas y vuelva también algo de tranquilidad a nuestras vidas.

Las primeras semanas todo va sobre ruedas. Están muy contentos, se entretienen con casi cualquier cosa y hasta hacen el libro de actividades de turno. La cosa empieza a torcerse cuando ya han jugado con todos y cada uno de sus juguetes, se han bañado y rebañado hasta que sus deditos no pueden arrugarse más y se han dado cuenta de que, aunque se han  comprado 100 veces el mismo helado,  nunca les saldrá la etiqueta de ’enhorabuena, has conseguido otro gratis’

Es entonces cuando las quejas, discusiones y el “no porque no” se convierten en la rutina del día a día. Ya nada les apetece, gusta o parece bien y no saben qué hacer con su vida.

Los padres, por su parte, cada vez tienen menos paciencia y las ganas de jugar a cualquier cosa en cualquier momento se va perdiendo de la misma manera que el bronceado conseguido en los días de vacaciones en la playa.

Así las cosas, la última semana de agosto y los primeros días de septiembre son casi, casi un “calvario” para ambas partes. Lo que vendría a ser ver completo y del tirón el primer Pleno en el Congreso de los Diputados tras el parón estival.

Solución. Vuelta al cole, reencuentro con los amigos y nuevas ocupaciones para que los niños “reajusten” costumbres, horarios y rutinas.

Todos, los padres primero, lo agradeceremos.

Diferentes

A veces ocurre o, al menos, a veces me ocurre a mí. Un película, un libro o una serie empieza aburriéndote soberanamente hasta el punto de desistir en el intento de seguir adelante, pero, tiempo después y por azares de la vida, la retomas, casi a regañadientes, y al final consigue, no solo engancharte, sino convertirte en su más ferviente defensor y llegar casi a la lágrima más sincera cuando llega a su fin.

El último ejemplo que me viene a la cabeza es el de Sense 8, serie USA de ciencia ficción, si consultas la Wikipedia, pero que es también thriller, drama, comedia… y algunas cosas más. Dos han sido las temporadas que han seguido las andanzas de un grupo de ‘sensates’ repartidos por todo el mundo y que, al parecer, no tendrá una tercera, porque cada capítulo le salía por un ojo de la cara a la ya onmipresente Netflix.

La excusa me la creo porque cada uno de los capítulos te desplaza a lugares tan dispares y lejanos entre sí, como Los Angeles, Berlín, México, Los Ángeles, Kenia, India, Londres, Japón… y, claro, los gastos de producción de desplazar a actores y correspondientes equipos no debía de ser moco de pavo.

Caro será pero es una de las grandes bazas de la serie. Independientemente de la historia, la belleza y singularidad de todos estos lugares y sus gentes está perfectamente reflejada, aunque, en ocasiones, todo hay que decirlo, se les haya ido la mano con el recurso de la cámara lenta.

De igual manera, las historias de los diferentes personajes se van entrelazando poco a poco y, aunque a los ocho protagonistas les lleva su tiempo “descubrirse”, algo que lastra bastante, en mi opinión, la primera temporada, cuando lo hacen la serie resulta muy amena y entretenida. Las escenas de acción de los ocho juntos son de las de “palomitas y no levantarse del asiento”.

Pero sobre todo Sense 8 es  un claro alegato de las hermanas Wachowski a favor de “lo diferente”, ya sea si hablamos de sexo, credos, culturas o costumbres. Mientras que los ‘malos’ persiguen y pretende aniquilar a una raza distinta a la humana, los ‘buenos’ ejemplifican de manera positiva todo tipo de opciones sexuales, razas y formas de pensar.

A los que hemos llorado (casi) la cancelación de la serie solo nos queda el consuelo de que nos queda pendiente un especial de dos horas que cerrará la trama y dirá adiós, ya sí definitivamente, a Miguel Angel Silvestre y compañía.

¡Ah, se me olvidaba!… También hay alguna que otra escena subida de tono entre dos y más personas de las que ya no se estilan desde que Sharon Stone dejó el picador de hielo en la nevera.

 

Cualquier verano pasado fue mejor

Llega julio y como animales de costumbres que somos nos disponemos todos a desempolvar las maletas del trastero para empezar a llenarlas con bañadores, bikinis y trikinis por doquier.
También nos puede ir más el turismo rural y de montaña y tirar más de mochila, navaja multiusos y cantimplora.
Lo que está claro es que todos estamos deseando escapar del jefe y la rutina y gastarnos los pocos o muchos cuartos de los que dispongamos en excursiones, chiringuitos y parques acuáticos.
Nos enfadaremos un año más por las caravanas interminables, las largas colas para comprar el helado de tutti frutti o por el señor que baja a las siete de la mañana a la playa para plantar su sombrilla en primera línea de ola.
Todo esto ya lo sabemos pero, como dice el refrán, “sarna con gusto no pica”, y menos con un ventilador y sombrilla de por medio.
También echarán humo nuestros teléfonos móviles por los cientos de fotos y selfies que nos haremos a todas horas, con o sin razón.
Haciendo el castillo de arena, contemplando no se qué flor en el campo, con los niños, sin los niños, con los suegros, sin los suegros, en bañador, con ropa de paseo vespertino…
Cientos y cientos de imágenes que mermarán la memoria del dispositivo móvil en cuestión pero que nos recordarán que cualquier verano pasado fue mejor, o, al menos, nos pilló más jóvenes y con menos barriga.

Cosas de la vida

23 de junio de 2011, día antes, día después… acabó una etapa laboral muy importante de mi vida. Dejaba la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales de Castilla-La Mancha después de años de intenso trabajo al lado de grandes compañeros y grandes personas.

De todos aprendí mucho, sobre todo, de Fernando Lamata,  un gran referente para mí no solo a nivel profesional sino también humano y personal.

Tras mi marcha no había vuelto a la Consejería y justo seis años después, el 23 de junio de 2017, volví a pisar su salón de actos para el acto de graduación de mi hija Nora. La vida tiene estas cosas.

A mi cabeza vinieron muchos momentos vividos bajo esas cuatro paredes y confluyeron el pasado y el presente llenando de mucha emotividad el momento. Mi hija ya me ha conocido «haciendo noticias solo de enfermeras», como ella dice, pero no hace tanto las hacía de todo un servicio de salud.

La vida pasa  y poco permanece. Los edificios y el recuerdo de lo vivido.

Por cierto, grandes compañeros y grandes personas siguen trabajando  en el mismo edificio de la Avenida de Francia, número 4 ,de Toledo.

 

¿Quien friega los platos?

Cocinar, fregar los platos, limpiar la casa, hacer la compra… Todas ellas son tareas que han sido tradicionalmente ejercidas por las mujeres y que podía dar la impresión de que ya son compartidas en igualdad con los hombres.
La tozuda realidad nos dice que seguimos muy lejos de la igualdad de sexos, ya que, según el ultimo estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), solo dos de cada diez hombres comparten estas labores cotidianas del hogar con su pareja .
Al parecer, ellos se dedican más a lo que el CIS llama «pequeñas reparaciones de la casa», es decir, cambiar una bombilla, ajustar el pomo de la puerta, colgar un cuadro…
Lo que está claro es que hay cosas que apenas han cambiado por muchos años que pasen y nos creamos más avanzados que nuestros antepasados.
Nuestros padres, sus padres, nosotros mismos… Ninguno estamos haciendo bien nuestros “deberes” y seguimos fallando a la hora de inculcar entre los más pequeños la equiparación de roles independientemente del género que a cada uno nos viene «de serie».
Y no es tanto hablar de que a todos por igual nos toca echar una mano para que la casa sea un lugar de convivencia armónica sino cundir con el ejemplo.
Las buenas palabras tienen corto recorrido sino van acompañadas con los actos que reafirman su valor.
¿Habrán cambiado realmente las cosas en 25 años? En nuestra mano está. No en la del CIS.

Como la vida misma

¡Ojo, contiene spoilers!

Si algo caracteriza a la recién finiquitada “Se quien eres”  es la originalidad de una trama que se ha saltado a la torera los clichés habituales de una serie de sus características.

Cuando uno se decide a ver una serie centrada en la desaparición de un/una joven en extrañas circunstancias, lo habitual es que toda ella se desarrolle de manera paralela al curso de la investigación policial correspondiente para ya en el capítulo final saber si él o la pobre ha pasado a mejor vida o, si en caso contrario, los avezados investigadores han conseguido encontrarla en el último momento, encarcelando y/o matando como se merece al perturbado de turno.

No es el caso de la ficción protagonizada magistralmente, como siempre, por Blanca Portillo y un Francesc Garrido que a mí, al menos, me chirría en muchas ocasiones por esa pose y dicción taaaaan impostada. Mención aparte merece la “ex compañera” Eva Santolaria en la piel de una  maquiavélica fiscal que uno no se la cree ni aunque le paguen.

Aquí ya sabemos que ha pasado con la supuesta víctima y también si el protagonista está o no amnésico cuando quedan la friolera de ocho capítulos para su desenlace final. Asimismo, vamos comprobando que buenos, lo que se dice buenos, hay poquitos y los que, en un principio, así lo parecen, tampoco resultan ser trigo limpio.

Pese a dar la impresión de que el pescado esta todo vendido a mitad de camino, la serie sabe mantener la intriga e interés aunque cierto es también que la trama se embarulla de tal modo que el sentido y la lógica empiezan a brillar por su ausencia.

Todo ello para llegar un final en el que, a diferencia también de la mayoría de las ficciones televisivas al uso, los malos, sí los malos, ganan la partida. Vamos, como la vida misma.

Nota. ¿Qué alguien me explique, por favor, por qué todos los protagonistas apenas tienen un abrigo y dos camisas que ponerse a lo largo de 16 capítulos?

¿Resistiré?

Me resisto. Cada vez me cuesta más, lo reconozco, pero, por el momento, soy de la especie “pater progenitorum” que NO deja a sus hijos pequeños el móvil en las comidas fuera de casa.

Ojo, cada padre hace lo que estima más adecuado y no seré yo el que imponga doctrina al respecto. Es más, no descarto que en unos meses me suba al carro y mis retoños disfruten de una sesión continua de ‘Pow Patrol’ o ‘Lady Bug’ mientras servidor y señora degustamos del plato de turno sin oír machaconamente frases como “me aburro”, “no quiero comer”, “mi hermano me ha cogido el tenedor”, ¿me puedo levantar?”…

Cuando empiezo a flaquear recuerdo a los padres de antaño y pienso que si ellos sobrevivieron a este tipo de entuertos, teniendo en cuenta que lo eran además de muchos más hijos, los actuales también podemos.

También hay que ponerse algo farruco con el uso indiscriminado de aplicaciones «mágicas» como Youtube Kids y sus cientos de videos de niños y mayores abriendo huevos con regalos sorpresa y /o jugando a las princesas Disney. En esto, como en todo en esta vida, habría que recordar aquello de Aristóteles de que “en el término medio está la virtud”.

Que las nuevas tecnologías están para quedarse está claro y que de ellas podemos beneficiarnos y aprender mucho también, pero a más de uno nos hubiera encantado que viniesen acompañadas con un manual de instrucciones para padres ‘pre-millenials’.

 

 

 

Bye, bye teléfono de empresa

!Qué oyen mis oídos! Escucho en la radio que, al parecer, el  Gobierno está estudiando la posibilidad de aprobar una regulación que reconozca el derecho de los trabajadores a la desconexión laboral de su empresa.

O lo que es lo mismo, no tener porqué contestar o hacer llamadas de trabajo cuando uno se encuentra ya en el centro comercial de turno, carrito en mano, y con la pareja quejándose a tu lado con aquello de “ni el sábado haces caso a tu familia”.

Salvo para los “workalcoholic”, la noticia promete, aunque mucho me temo que se quedará en uno de esos “globos sonda” que tanto gusta soltar a los residentes de las azoteas políticas.

Como aquello de que se estaba estudiando  acabar antes la jornada laboral, para poder conciliar mejor la vida profesional con la personal, al igual que ya hacen todos los  países de nuestro entorno.

O lo que es lo mismo, no llegar a casa cuando los niños están bañados, cenados y rumbo a la cama, si no están ya en el quinto sueño, y que tu pareja te diga una vez más aquello de “entre semana no haces caso a tu familia”.

Lo de las leyes está muy bien, sobre todo si finalmente se aprueban, pero lo realmente importante es que  empresas y trabajadores realmente se crean que el cambio es posible y necesario y busquen la eficiencia en el desempeño laboral sin que suponga un perjuicio personal y/o familiar.

O lo que es lo mismo, que tu jefe no te ponga mala cara y te diga aquello de «como tú hay muchos más en la cola del paro» cuando no has contestado a su llamada al encontrarte en el centro comercial, con carrito y familia incluida, y que uno no se lleve el móvil hasta el cuarto de baño porque hasta puede acabar y todo chapoteando en el retrete.

 

Donald, no el pato

El tiempo pasa que es una barbaridad. Hace nada y menos que empezabamos a escuchar en los medios de comunicación que un señor muy millonario y muy bronco se postulaba como candidato a suceder a Barack Obama desde las filas republicanas.

Sí, ese que nos sonaba por su afición a las señoras rubias, haber salido en “El príncipe de Bel Air” y  financiar el concurso de Miss América durante varios años.

Parece que fue ayer y ya ha superado los testimoniales 100 primeros días como presidente de la primera potencia mundial, lo que viene a ser, presidente un poco de todos. Y la verdad que es de los que sabe aprovechar su tiempo.

A golpe de tuit ya ha prohibido la entrada al país a miles de personas procedentes de países musulmanes, ha ordenado construir un muro con México que ríete tú de la gran  muralla china,  ha cabreado a sus supuestos socios de la Unión Europea,  y ha puesto a caldo a los medios de comunicación,  pasando por sus propios servicios de inteligencia.

Cuando muchas de sus supuestas ocurrencias las vociferaba en los mítines electorales aún pensábamos muchos que se diluirían como un azucarillo en el café si ganaba Hillary Clinton la carrera hasta el despacho oval. Pobres de nosotros, qué ilusos, el señor del pelo oxigenado se hizo finalmente con el triunfo y gobierna ya a 320 millones de estadounidenses.

El mandato de Donald Trump acaba de empezar y todo parece indicar que seguiremos despertándonos con el sobresalto en el cuerpo. Tiempos muy complejos y convulsos los que nos esperan a todos porque, no lo olvidemos, el estornudo de América es el resfriado del resto del mundo.